miércoles, 30 de mayo de 2012

ATRAPADO EN EL PASADO, LIBERADO EN EL FUTURO




Bernardo Daniel Rojas Flores
30 de Mayo del 2012






“Sólo cerrando las puertas detrás de uno se abren ventanas hacia el porvenir” 
                             Francoise Sagan 


México es preso de su historia. Ideas, sentimientos e intereses heredados le impiden moverse con rapidez al lugar que anhelan sus ciudadanos. La historia acumulada en la cabeza y en los sentimientos de la nación —en sus leyes, en sus instituciones, en sus hábitos y fantasías— obstruye su camino al futuro. Se ha dicho famosamente que los políticos suelen ser reos de las ideas de algún economista muerto. La vida pública de México es presa de las decisiones de algunos de sus presidentes muertos: esa herencia política de estatismo y corporativismo que llamamos “nacionalismo revolucionario”, al que una eficaz pedagogía pública volvió algo parecido a la identidad nacional, bajo el amparo de una sigla mítica —el PRI— que es a la vez un partido hoy minoritario, y una cultura política mayoritaria. 

Esa herencia incluye tradiciones indesafiables: nacionalismo energético, congelación de la propiedad de la tierra y de las playas, sindicalismo monopólico, legalidad negociada, dirigismo estatal, “soberanismo” defensivo, corrupción consuetudinaria, patrimonialismo burocrático. Son soluciones y vicios que el país adquirió en distintos momentos de su historia: un coctel de otro tiempo, bien plantado en la conciencia pública, que se resiste a abandonar la escena, encarnado como está en hábitos públicos, intereses económicos y clientelas políticas que repiten viejas fórmulas porque defienden viejos intereses. 

México ha perdido el paso: camina despacio, sobre todo en palacio. Parece un país de instituciones débiles, desdibujado en su identidad internacional: un gigante dormido, que luego se agita sin poderse mover. Los países, como las personas, necesitan identidad y propósito, un rumbo deseable: música de futuro. México ha perdido la tonada de la Revolución que le dio sentido simbólico y cohesión nacional durante décadas. El tiempo, los abusos, las crisis económicas limaron al punto de burla la narrativa de notas revolucionarias que durante las décadas de la hegemonía priista gobernó las creencias del país. Según aquella extensa partitura, el país venía de una gesta revolucionaria cuyos propósitos de democracia y justicia social seguían cumpliéndose siete décadas después de iniciado el movimiento que supuestamente constituía su origen. No había democracia ni justicia social, pero había una épica oficial que le daba sentido o legitimidad incluso a las aberraciones del régimen. Lemas y credos elementales de aquella narrativa siguen siendo la región límbica de la cultura política del país, un repertorio instintivo de certezas, propuestas y nostalgias públicas presente en la mayoría de los políticos profesionales, no sólo en los priistas. 

Apenas había empezado la obertura que sustituiría al nacionalismo revolucionario, el salto a la modernidad de los noventa, cuando la triste trilogía del año 1994 —rebelión, magnicidios, crisis económica— destruyó la credibilidad del nuevo libreto. La democracia se quedó dueña de la escena. Fue un buen espectáculo rector que alcanzó su clímax en la alternancia del año 2000, pero a partir de entonces la escena empezó a quedarle grande. Nueve años después, la democracia parece una diva a la que se le terminaron los trucos. El puro libreto de la democracia, por naturaleza discordante, no basta para darle al país la narrativa de futuro que necesita. 

Las elecciones de 2000 y 2006 hubieran podido constituir poderosas plumas para escribir esa nueva narrativa; se quedaron en referendos para evitar “males mayores”: la permanencia del PRI en la casa presidencial, y la llegada a ella de un candidato descrito como un peligro para México. El PRI salió de Los Pinos pero no del alma de México. Las estrategias vencedoras sirvieron para ganar, no para gobernar. 

México ha pasado del autoritarismo irresponsable a la democracia improductiva, de la hegemonía de un partido a la fragmentación partidaria, del estatismo deficitario al mercantilismo oligárquico, de las reglas y los poderes no escritos de gobierno al imperio de los poderes fácticos, de la corrupción a la antigüita a la corrupción moderna. Es la hora del desencanto con la democracia por sus pobres resultados. Preocupa en la democracia mexicana la resignación que impone a sus gobiernos, el triunfo del reino de lo posible como sinónimo de estancamiento, incertidumbre, falta de rumbo nacional. Un país, se diría, al que le sobra pasado y le falta futuro. Hasta su discurso de septiembre pasado, en su famoso decálogo de intenciones de cambio, la única línea de futuro deseable lanzada desde el gobierno actual ha sido la lucha decidida y necesaria contra el crimen organizado. Produjo en buena parte la popularidad del presidente, pero no de su gobierno ni de su partido. Hace falta algo más que eso para sacar al país de su estancamiento anímico y político. Es necesaria una nueva épica nacional cuyo eje no puede ser sino el bienestar de las mayorías, la promesa de seguridad, empleo, educación, salud, movilidad y seguridad social: un horizonte de modernidad que ampare el surgimiento de sólidas y mayoritarias clases medias. Urge una épica de prosperidad, democracia y equidad, que no está trazada con claridad en ninguna parte. 

México necesita salir de su pasado. Puede hacerlo por la vía democrática convirtiendo las elecciones de 2012, desde hoy, en un referendo sobre el futuro. Lo que sigue es una propuesta de futuro para ser debatida, ojalá vuelta programa y votada en 2012, de modo que las elecciones de ese año no sean sólo sobre personas y partidos, sino también sobre el país próspero, equitativo y democrático que quieren los mexicanos: una sociedad de clase media que se parezca, como una gota de agua, a las demás. 



Para ponerse en ese camino, deben tomarse cuatro decisiones estratégicas desde mi punto de vista: 1. Asumir los cambios que requiere la economía para crecer; 2. Decidir el lugar que se quiere ocupar en el mundo; 3. Universalizar los derechos y garantías sociales necesarios para construir una sociedad equitativa, donde más de las dos terceras partes de la misma vivan más o menos igual; 4. Hacer productiva la democracia mediante reformas institucionales que garanticen la seguridad de los ciudadanos y la fluidez de los cambios que requiere el país. 

No tratamos de convencer sino de hablar claro para movilizar a la sociedad civil y a las elites nacionales —empresariales, sindicales, intelectuales, religiosas, tecnocráticas, y hasta políticas— para debatir estas ideas y cómo deben acompasarse y encadenarse, para formar un todo complejo, audaz y armonioso. De responder los partidos y candidatos a las preguntas pertinentes, el 2012 se transformará en un referendo sobre el programa del futuro. Nuestras respuestas preliminares, tentativas e incompletas, no constituyen una lista de buenos deseos. Obedecen a una coherencia interna cuya secuencia es la siguiente: 

Para construir la sociedad de clase media que queremos, hay que crecer. Para crecer, hay que liberar la excepcional y legendaria vitalidad de la sociedad mexicana, quitándole los candados impuestos por la concentración de poderes fácticos de toda índole. Para obtener los recursos, las oportunidades y los mercados necesarios para desmantelar el viejo corporativismo mexicano hay que insertarse con ventaja en el mundo. Para asegurar que el crecimiento consiguiente se distribuya mejor que antes, hay que construir una red de protección social del siglo XXI para todos los mexicanos, y ofrecer una educación del siglo XXI para los niños y jóvenes. Para brindar a todos la seguridad pública sin la cual toda protección social es ilusa, hay que construir los aparatos de seguridad pertinentes. Y para tomar todas estas decisiones, hay que dotarnos de instituciones que permitan tomarlas. 

La base social que aspira a mover esta agenda es clara: la creciente clase media mexicana, vieja y nueva, que requiere desesperadamente un horizonte de expansión. Las condiciones políticas para poner en práctica esas ideas son también claras: la existencia de una coalición que en el 2012 pueda identificarse con esta agenda, la plantee con transparencia al electorado, y lo convenza de ello. Sobre advertencia no habrá engaño, ni malentendidos: se ganará o se perderá para algo, no sólo porque sí, no por costumbre, debe ser por derecho. 

DATOS PARA REFLEXIONAR 

Notas de Richard Fischer, presidente del Banco de la Reserva Federal de Dallas, 

1. México se recuperó con rapidez de la crisis de 2008. Su producto interno bruto creció 5.5% en 2010 y 3.9% en 2011, luego de desplomarse 6.2% en 2009. 

2. La producción total volvió a su nivel previo a la crisis, después de 12 trimestres, un año antes que EU. 

3. La producción industrial de México sobrepasó su nivel anterior a la crisis al empezar 2011. La producción industrial de EU sigue 3.3% por debajo de su nivel de diciembre de 2007. 

4. El déficit público de México fue de 2.5% en 2011. El de EU, de 8.6%. 

5. La deuda de México se mantiene estable, en 27% del PIB. La de EU es de 98% y sigue creciendo. 

6. El comercio exterior se ha disparado en México. En 1980 representaba 17% del PIB de México, hoy representa 61%. Y 80% de las exportaciones mexicanas es de bienes manufacturados. 

7. La declaración de autonomía del Banco de México en 1993 tuvo un efecto duradero sobre la política monetaria y sobre la inflación. Antes, el promedio de inflación anual en México era de 43%. Ahora es de 4.4%. 

8. México se ha vuelto creíble en los mercados financieros. Hoy puede emitir y vender bonos garantizados a 20 y 30 años, cuando en 1995 nadie le compraba nada a más de 27 días. 

miércoles, 23 de mayo de 2012

EL JOVEN RUGIDO




Bernardo Daniel Rojas Flores



23 de Mayo del 2012




“De los disparates de la juventud, lo que más pena me da no es haberlo cometido, sino el no poder volver a cometerlos”
                                                                                           Pierre Benoit


Un total de 24 millones de jóvenes menores de 29 años forman parte del censo electoral, y 14 millones nunca han votado en unas elecciones presidenciales. De pronto estos números han cobrado vida e irrumpido en la campaña electoral mexicana con una fuerza nunca vista. Son los enojados, los engañados, los ignorados, los estudiantes, sobre todo, de las universidades privadas que, hartos de una democracia devaluada, se han echado a la calle para protestar contra la corrupción, los partidos políticos y la “manipulación” informativa de las grandes cadenas de televisión. 

El detonante que ha puesto en marcha una cadena de manifestaciones -la próxima este miércoles- estalló el pasado día 11, cuando el candidato presidencial del Partido Revolucionario Institucional (PRI), Enrique Peña Nieto, acudió a un acto de campaña en la Universidad Iberoamericana, fundada por los jesuitas y situada en una de las zonas más exclusivas de la capital mexicana. Los estudiantes pronto se cansaron de las vaguedades del político y comenzaron a reprocharle su gestión como gobernador del Estado de México. Sin posibilidad de réplica, Peña Nieto acabó huyendo entre gritos de “¡fuera, fuera!” y “¡asesino!”. El PRI reaccionó acusando a los universitarios de dejarse manipular por un grupo de provocadores e infiltrados. Televisa, la cadena con mayor audiencia y a la que se acusa de apoyar al líder priísta, solo dio una versión de los hechos favorable al viejo partido hegemónico. 

La chispa se convirtió en explosión cuando los estudiantes se movilizaron en las redes sociales. Grabaron un vídeo en el que 131 de ellos mostraban su carné universitario y desmentían las descalificaciones. El vídeo motivó la simpatía de muchos más jóvenes que crearon la página Yo soy 132, invitando a otros a unirse a la protesta. A la velocidad de un clic, el enojo se convirtió en trending topic, revolucionando la campaña electoral y sorprendiendo a toda la clase política. 

Una semana después del incidente con Peña Nieto, a los estudiantes de la Ibero se unieron otros del Tecnológico de Monterrey del campus del Distrito Federal, la Anáhuac (universidad fundada por los Legionarios de Cristo), La Salle y el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) en una protesta contra Televisa y el sábado, miles de jóvenes se manifestaron en el DF y otras ciudades coreando consignas como “¡Ni un voto al PRI!” o “¡No somos uno, no somos cien, prensa vendida, cuéntanos bien!” 

José Woldenberg, expresidente del Instituto Federal Electoral (IFE), da la bienvenida a “esta expresión de rechazo, de distancia crítica” hacia el establishment, y espera “que se traduzca en las urnas”. “En una campaña electoral aburrida y sin novedades, ha pasado algo que no estaba en el guion”, apunta. Pero Woldenberg hace dos salvedades: “Lo que ocurre en los centros de educación superior no es extrapolable al resto de jóvenes y el DF no es representativo del país”. 

“Es algo nuevo. La clase media alta solo se había expresado públicamente hasta ahora por causas universales como la seguridad o la paz”, comenta el sociólogo y periodista Jorge Zepeda, quien se muestra sorprendido “por los errores cometidos por el PRI en la contención de daños”. “Los priístas han sido muy hábiles en la campaña en términos convencionales, pero las redes sociales son un terreno muy nuevo que no saben procesar y al que llegaron tarde. La izquierda está mucho mejor posicionada en ellas debido en parte a la desconfianza de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) hacia los medios tradicionales”. 

Para el escritor y politólogo Federico Reyes Heroles, la protesta es “un arma política del Partido de la Revolución Democrática (PRD)”. “Se está cumpliendo la profecía que advertía que si AMLO no remontaba con su república del amor se radicalizaría”, y añade con sorna: “La confusión política no es privativa de las universidades públicas”. Sin embargo, celebra que el movimiento suponga “un tirón de orejas para los priístas” y critica la actitud de la candidata del Partido Acción Nacional (PAN), Josefina Vázquez Mota, quién ha llamado a las movilizaciones contra Peña Nieto: “Parece un rugido de desesperación”. 

Roy Campos, director de la consultora electoral Mitofky una de las más respetadas, apunta que la queja estudiantil podrá traducirse en una mayor participación, pero que ésta “dependerá, más que del movimiento en sí mismo, de cómo reaccionen y lo gestionen los políticos. Quien lo sepa leer mejor subirá en los sondeos”. Los jóvenes han entrado en la campaña y reclaman un cambio, convirtiéndose en una suerte de quinto poder. Y de momento van ganando. 

DATOS PARA REFLEXIONAR 

· Televisa emitió por primera vez en la mañana del lunes, diez días después de los incidentes, nueve minutos sobre lo que ocurrió en la Universidad Iberoamericana. 

· En los años anteriores los jóvenes entre 20-24 años que tenían derecho a votar solo participaron en un 30%, mayormente fueron universitarios, los mismos que ahora están haciendo estas manifestaciones, ¿qué pasaría si este dato se eleva al promedio de 45% general? Esto podría significar casi 2 millones de votos.